Bolsonaro, el enemigo de Latinoamérica

Por Leon Esquenazi
@leon_sch

¿Quién proyectaría en 2010 que, 10 años después, una ola derechista azotaría América Latina? Si retrocedemos en el tiempo, al pleno auge del progresismo latinoamericano, el escenario regional actual es totalmente impensado. Es interesante considerar la llegada de la derecha alineada a los centros de poder como un proceso.

Es en este sentido, que no podemos evitar pensar a Brasil, como un caso paradigmático. Fue aquella una derrota histórica de los gobiernos progresistas ante el avance de la derecha, a través de sus golpes – no tan – blandos. Es crucial revisar el panorama regional y plantearnos el siguiente cuestionamiento: ¿cómo fue el proceso de transición del Brasil como un líder latinoamericano de los procesos de integración y cooperación, al Brasil de Bolsonaro, como una amenaza para la paz y la seguridad en el subcontinente?

Si volvemos al 2010, podríamos observar un escenario muy beneficioso para los proyectos populares de Lula Da Silva, Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa, Hugo Chavez y demás líderes. Latinoamérica se consagraba como un espacio de cooperación e integración, de coordinación de políticas y protección mutua ante una globalización que se cernía como una amenaza.

El establecimiento de acuerdos y criterios comunes en cuestiones estratégicas fue crucial en este sentido. La amenaza estadounidense era enfrentada de forma interesante por bloques regionales que buscaban la fortaleza en la alianza. De este modo, había una disrupción en la cercanía histórica de los gobiernos latinoamericanos a la metrópolis del imperio. El rol de la UNASUR, el MERCOSUR y la CELAC jugó un papel clave por ese entonces. Esto a su vez era permitido por los elevados precios de las commodities, base económica esencial del progresismo latinoamericano.

En definitiva, la unidad ya se daba desde antes en el MERCOSUR. Sin embargo, el agregado de la puesta en común de los proyectos populares, con gobiernos de carácter más inclusivo, con ideologías similares y políticas económicas comunes de soberanía nacional, dieron paso a una época muy relevante para la idea bolivariana de la “Patria Grande”.

Específicamente en Brasil, los períodos de gobierno liderados por Lula Da Silva y Dilma Rousseff inauguraron una etapa dorada de desarrollo para la sociedad brasilera, que le permitió el sueño de posicionarse como una potencia a escala global. El gobierno del primer mandatario buscaría utilizar la instancia regional como intermediaria para su desarrollo a escala planetaria, con bastante éxito.

Brasil era el líder de estos acuerdos mencionados anteriormente, siendo el país más extenso en términos territoriales y llevando la delantera en su PBI. Buscaría, en este período, establecerse como potencia, participando activamente de los foros multilaterales como la ONU o la OMC. También sostendría el objetivo fundamental de figurarse en el grupo no-alineado a los centros de poder con los que históricamente estuvo relacionado, como lo eran Estados Unidos y Europa Occidental. Notamos este interés en su participación en foros como los BRICS o el IBSA.

El gigante sudamericano buscaría orientarse por las negociaciones multilaterales para reformar el sistema financiero y económico internacional, promoviendo el fortalecimiento de las grandes economías emergentes. En esta línea es que Lula va a ser crucial para la ampliación del G-8 al reconocido G-20. Brasil va a enarbolar las banderas del desarrollo multilateral bajo el auspicio de grandes compañías como Odebrecht, Petrobras y la Iglesia Universal que se destacarían tanto dentro como fuera del territorio.

Ahora bien, hay un hecho trascendental en el proceso de esta potencia, que a su vez tiene implicancias en hechos futuros. La intromisión de Brasil en cuestiones que no afectan directamente en sus círculos políticos, para acrecentar su influencia y prestigio en la comunidad internacional demuestra sus aspiraciones y configuran la característica principal en la política exterior de esta etapa. Esta cuestión queda registrada en la fluida relación con los Estados Árabes y su consecuente inclusión en carácter de Estado observante en la Liga, o los estrechos vínculos con Estados africanos como Angola, Guinea Ecuatorial, etc.

La más destacable de estas política será el liderazgo en la MINUSTAH, (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití). Esto le permitió al ejército la difusión de una propaganda revitalizante de aquella institución, enmarcada en un proceso de remoralización de las fuerzas armadas brasileras. Este acontecimiento cabe en el contexto de una política fundamental del primer gobierno petista.

La iniciativa de reestructuración y modernización de las fuerzas armadas brasileras supuso un gran apoyo de esta institución para el mandatario. Tal acción implicaba, por otra parte, la omisión de todos los crímenes de lesa humanidad y la falta de accionar en términos jurídicos, ya que nunca se habían juzgado los actos cometidos durante el gobierno de facto discurrido entre 1964 y 1985.

Esta acción se comprende desde un punto de vista estratégico, ya que toda potencia global debe estar sustentada en un ejército que respalde su poder político y económico. Por otro lado, las FFAA contaban con una amigable relación de larga data con los Estados Unidos, hecho que en un futuro permitiría un respaldo a la hora de utilizar las estrategias de golpe blando como el low fare. Nuevamente los Estados Unidos intervenían en suelo latinoamericano, pero cada vez con tácticas de injerencia más complejas.

Otro factor clave en la relación del Estado y la sociedad brasileña se vincula a la religión. En Brasil, un 30% de la población es evangélica. Esto implica que exista un grupo que tenga un rédito político y económico por ser la cúpula de la institución en cuestión. Lula debió negociar con ellos para sostener la gobernabilidad, al igual que con el ejército. Esta institución crecería mucho con Lula y no sólo fronteras adentro.

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Existe un punto de inflexión en estas instancias. Hasta ahora mencionamos un abanico de medidas que fueron implementadas por Lula Da Silva durante su mandato, pero al ingresar Rousseff como Presidenta de la República, se dan una serie de resquebrajamientos en las alianzas establecidas por el anterior mandatario. Esto influirá -aunque lenta- directamente en la las causas del impeachment.

La llegada de una mujer a la presidencia, ex-guerrillera y defensora de los derechos de la mujer generó una serie de tensiones. Por un lado, el historial militante dio pie a un alejamiento de la cúpula del ejecutivo respecto al ejército. Otro factor influyente se liga a las posturas en cuanto a las cuestiones de género, como la legalización del aborto, que produjeron un distanciamiento de la Iglesia. Además existía el agregado de la popularidad de Lula, que Rousseff no tenía, lo que en algunas negociaciones no la favoreció al no tener a la masa popular de respaldo.

A esta serie de sucesos le debemos agregar la intervención de los Estados Unidos, representada en el poder judicial de la República. La apertura de las oficinas de anticorrupción, las vinculaciones entre el FBI y las fuerzas de seguridad brasileras y la capacitación de jueces como Moro para asestar el golpe último en suelo latinoamericano fueron un factor esencial en el proceso de debilitamiento del régimen progresista. Concluimos entonces, en un poder unificado bajo el interés de derribar al PT en Brasil, considerando que ya había tenido suficiente tiempo en el poder y que, era tiempo de coartar los proyectos populares. Observamos sucesos similares en toda Latinoamérica.

Con un equilibrio de fuerzas cada vez menos favorable al ejecutivo, la crisis económica y moral del proyecto generaba, con el tiempo, condiciones más propicias para recibir un revés de la derecha. Una derecha que había tenido que radicalizar cada vez más su discurso para lograr ganar adeptos.

La disminución de los precios globales de las commodities, los resabios de la crisis económica global del 2008, el desempleo y otros factores determinantes se percibían en la opinión pública. Por otro lado, se dio una gran polémica en torno a la clara corrupción correspondiente a grandes eventos deportivos como la Copa de Confederaciones y la Copa del Mundo. Estos debates se ligaban al gran gasto del Estado en estos eventos y la falta de inversión en otras cuestiones primordiales. Tal descontento se expresó en grandes protestas mientras se desarrollaba la Copa de Confederaciones, suceso en el que la atención de los medios internacionales estaban puestos sobre el país. Posteriormente se desarrollaría el Mundial de fútbol de 2014, evento que tendría que haber terminado de sellar el éxito del gigante sudamericano y que, finalmente generó un grado de humillación y crisis moral más grande ejemplificada en la derrota del 7 a 1 contra la selección alemana.

La suma de estas vicisitudes menores dieron pie a un discurso de derecha, que cada vez empezaba a ser más escuchado. Bolsonaro empezaba a figurarse como un personaje relevante en la política. El ex-coronel del ejército, destituido por rebelarse, reaparecía en la escena pública con un discurso muy violento, marcado por la anticorrupción y la seguridad. Estos eran temas sensibles en un país donde las sospechas de corrupción por parte del PT crecían, promovidas por estas oficinas estadounidenses. La seguridad era un tópico en el que la gente se interesaba, en un país con uno de los índices de asesinatos periódicos más alto del mundo. La población buscaba políticas de corte más duro ante el lento -aunque efectivo- proceso de combatir la delincuencia con educación.

Este discurso empezaba a tener un sustento en la Iglesia evangélica y en el ejército, instituciones que buscaban una renovación en el poder para obtener rédito político y económico. Habiendo conseguido apoyo popular, organismos fuertes con poder real y el apoyo de la embajada estadounidense, la llegada de un revés para el progresismo brasilero era solo cuestión de tiempo.

Conclusiones

El derrocamiento de Dilma Rousseff y la encarcelación de Lula Da Silva fueron actos respaldado por los partidos de derecha del país, sustentados por el poder judicial, la Iglesia y el ejército; también respaldados por los Estados Unidos de América. Este hecho simboliza dos triunfos: el de la derecha nacional, que logra establecer su proyecto conservador, y el de los Estados Unidos, con la avanzada de los capitales transnacionales en detrimento de los capitales nacionales. Estos últimos tenían mucha relación con Latinoamérica.

Es curioso analizar que dos sectores -la Iglesia y el Ejército- que salieron muy beneficiados del Lulismo, sean quienes hayan encabezado en cierto sentido el golpe al gobierno petista. Cuando repensamos momentos trascendentales de la historia reciente como este, no podemos caer en la tentación de juzgar sin comprender. Acontecimientos como los estudiados son de una complejidad inmensa, donde los intereses en pugna muchas veces llevan a diversos sectores a actuar en contra de sus intereses orgánicos.

En la actualidad, el gobierno de Brasil se erige como una amenaza para la democracia, para la población negra, para el colectivo LGBTIQ+, para los partidos de izquierda, para las organizaciones sociales, para las mujeres y para muchas otras minorías. Pero también se erige como una amenaza para la paz y la seguridad regionales, donde nuevas guerras, nuevos genocidios y nuevos ecocidios no solo son escenarios posibles, sino probables.

En este estudio de caso, ya que es un estudio de lo que ocurrió en los demás países de Latinoamérica, buscamos revisar los “desaciertos” políticos para proyectar y proyectarnos en el tiempo. Las historia misma nos deja lecciones y es nuestro deber, recogerlas y sumarlas a nuestras concepciones de un futuro mejor.

«La Ignorancia mata a los pueblos», diría José Martí.

Leon Esquenazi