La Falopa Nuestra de Cada Día

23 muertos y 80 internados por consumo de cocaína adulterada.
“Esto con los milicos no pasaba”, podría decir, y seguramente diga, el vecino gorilón y derechista que tiene todo barrio que se precie de tal. Y tendría razón, aunque obviaría el echo de que, en lo concreto, nunca había pasado algo similar ni antes ni después en la historia.  
En los 60 y 70 la falopa no existía en las barriadas y su consumo era elitista y absolutamente recreativa. En eso estaba la milicada para poner orden y salvar a la Patria y coso. En los barrios se masticaba tango, chamammé, broncas por los derechos perdidos y por los candidatos proscriptos, se masticaba política. En el medio algunas humaredas con olor a democracia se evaporaban rápido, y entre dictablandas y dictaduras pasaron mas de 25 años.
                Cuando los salvadores del occidente cristiano soltaron la manija, las villas miseria se habían transformado en parte ineludible del paisaje urbano de todas las grandes ciudades del país. La apertura indiscriminada de importaciones y la timba financiera, alma madre de toda política neoliberal y aplicada con maestría por la embajada norteamericana en el cono sur a través de sus empleados locales de uniforme, produjo las condiciones objetivas para la reproducción de una pobreza estructural que al día de la fecha, asoma su cuarta generación.

La papa.
                La generación que camino la calle en los 80 quedo diezmada por las drogas inyectables, algo inimaginable poco más de una década atrás. Después del genocidio necesario para implantar un modelo económico colonialista, cualquier atisbo de rebelión fue canalizado a los chutasos.
La generación del 90 se arruinó con una fiesta de falopa muy buena y muy barata. La pizza con champagne de la privatización compulsiva de las industrias, recursos y servicios nacionales se hizo al ritmo de papeles de colores.
A la generación del 2.000 la limpiaron con pasta base. Los 40 años que le precedieron llevaron al pueblo al paroxismo de la miseria. Desocupación masiva ya con 2 o 3 generaciones a cuestas. Desnutrición infantil a nivel escalofriantes. Multimillonarios amurallados en barrios cerrados linderos a asentamientos insalubres. Pibes arruinados por el consumo dispuestos a cargarse a sus vecinos. Pibes que en cuestión de meses quedaban al borde de estar irrecuperables, o muertos.  
Las drogas, amigos míos, es una política de dominación por excelencia. Tiene la combinación perfecta. Negocio económico más rentable del planeta, criminalización de la pobreza, construcción de enemigo interno, exterminio de los últimos eslabones del consumo.   

Es la economía, tranza.
Algún tiempo después del comienzo de políticas gringas aplicadas a la argentina a finales de los 60 con Krieger Vasena, y algún tiempo antes de la tablita financiera de Martinez de Hoz a finales de los 70, una de las mayores operaciones militares imperialistas de la historia arrancaba con la “Guerra a las Drogas” que Richard Nixon anunciaba en 1971 y que cubrió cada rincón del planeta que la expansión norteamericana deseo.
La guerra norteamericana contra las drogas justificó invasiones militares a gran escala a países con gobiernos que tenían la loca idea de nacionalizar recursos, movió toneladas de dólares a troche y moche para financiar desde la contra nicaragüense a formar Al Qaeda para minar el avance soviético en medio oriente, y fronteras adentro logro reemplazar la segregación racial legal que EE.UU sostuvo hasta 1965, por una política punitivista que lleno las cárceles, casualmente, de latinos, afrodescendientes, izquierdistas y hippies que se oponían a la guerra de Vietnam.   
Sin duda, en las clases altas de cualquier país, central o periférico, hay problemas serios de consumo y sobredosis. Pero llamando las cosas por su nombre, los muertos, los presos, los arruinados para el resto del viaje, los pone el pobrerío en 9 de cada 10 casos.
Sea el Bronx, la Favela, la Villa, el Alto.
En los barrios populares se consumen porquerías que oscilan entre la falopa cortada y el veneno liso y llano.
La adicción acompaña el redituable negocio de la violencia y el delito del cual las fuerzas policiales y las cárceles son gerentes y reproductores.
Las clases altas consumen drogas sintéticas de alto valor económico.
Los narcotraficantes de saco y corbata que gerencian el sistema financiero que lo hace posible amasan millones y no son molestados, nunca, jamás.
De golpe se tira de la piola y los movimientos de guita y negocio se cruzan en las mismas cuentas, bolsas y acciones; especulación financiera de fondos de inversión, evasión impositiva de la soja y los granos, el desarrollo inmobiliario.
Del sur del Rio Bravo a la Patagonia se financian campañas políticas y se acomodan sobres en los poderes judicial, legislativo y ejecutivo.

Salud, Evaristo.
                Según el más Punk de los punkis, si él hubiera entendido que las drogas se las vendía el gobierno, no la hubiera tomado.
Los Narco-Estados latinoamericanos sirven para mantener una guerra civil de baja intensidad fronteras adentro, bases militares norteamericanas permanentes sobre territorios ricos en recursos o sus vecinos, y un flujo de miles de millones de dólares para financiar las operaciones ilegales de servicios de inteligencia y otras yerbas.  
En países como la Argentina la relación narco y Estado es ambigua y conflictiva y aún el primero no ah logrado hacerse con el segundo, no mas que como socio menor, las drogas de exterminio repartidas en las barriadas cumplen la función de que el pobrerío se fagocite a si mismo, producto de la miseria y violencia, caras ambas de la misma moneda, de esa hoguera a la que la falopa de descarte y resaca se vuelca como combustible, condicionando tambien cualquier transformación política real.  
El narcotráfico tiene tales niveles de convivencia y asociación con el poder judicial, político, y económico, que cuesta imaginar actuaciones reales que lo combatan de forma concreta que no estén dispuestas, realmente, a combatir el conjunto de los actores que lo hacen posible.

La papa, II.
                En la Argentina, la ultima dictadura llevo adelante el exterminio masivo de la ciudadanía y la participación política popular.
El lugar vacío que dejo la retirada de la política de las barriadas, fue ocupado por la mafia de narcotráfico con la convivencia policial y política.
Las organizaciones políticas territoriales encuentran en el narcotráfico una lucha que no tienen los recursos para afrontar.
Elnarcotráfico y sus implicancias sociales y económicas es imprescindible al capitalismo. Bancos, armas, control social.
El primer mundo consume y factura.
El resto, gatillamos y morimos.
Las penas son de nosotros, las bolsitas, son ajenas.
Son muchos los cocineros que joden la sopa.   

Colectivo Editorial ZondeTrope