UNA CARTA. CÁRCEL Y CASTIGO (y fake news)

Un amigo me escribe una carta, puede que sea un romantico o que tenga problemas de trastorno bipolar, o quizas ambas cosas. Me dice:

Una vez, cuando llegaba donde siempre, al doblar la esquina quede, antes de tiempo, duro como alfajor de maizena al sol.
Resulta que el domicilio a donde me dirigía, la casa de un, pongamosle, amigo, estaba rodeado de sirenas azules y gente uniformada, como en las escenas gringas de redadas a todo culo. De las grandes. Cada tanto me pregunto: ¿Que hubiera pasado si, en una casualidad catastrófica, yo no llegaba tarde ese día? Luego crecí y deje de meterme en semejantes problemas tan carentes de sentido. Pero tuve otros.

Como esa vez que totalmente desequilibrado por un alquiler impago una pareja frustrada y una responsabilidad insostenible mande al oficial de policía que me decía que no podía trabajar ahí y que me las tome, a la recalcada concha de su puta madre, o algo así. Me patearon entre varios antes de alojarme sin costo adicional en la suite con mas olor a meo de la comisaria. Recuerdo firmar un autógrafo que decía «atentado a la autoridad y lesiones».

También me gane una noche gratis en una suite parecida el día que por alguna razón termine otra vez entre varios borcegos policiales por una escaramuza de estos con unos músicos de la calle Florida, cuando todos saben bien que mis capacidades musicales son escandalosamente inexistentes y no puedo cantar en la ducha por intimación de Agua y Saneamiento Argentina.

Siempre miré con un poco de envidia a mi abuela. Resulta que mis hábitos de consumo, hasta donde es empíricamente comprobable inofensivos, son mas propensos a generarme una estadía indeterminada en Devoto que los de ella, que traga Alplax como si fueran caramelos. Lo de la envidia es claro solo una figura literaria.

Son incontables las marchas terminadas en quilombo en las que podría haberme visto envuelto en la tan aplaudida ley antiterrorista. Yo que me cargue cuanto mucho un par de baldosas, No ellos, que son capaces de gasear jubilados y dispararle a maestras de 1er grado.

Recuerdo al menos una docena de oportunidades, mas o menos audaces, mas o menos divertidas, mas o menos justificadas o sensatas, en las que por H o por B, podría haber tenido que vérmelas con ese sistema judicial de mármol y cometas, lento como reloj en cuarentena para los pobres diablos que caen en su telaraña pero rápido como excarcerlacion de barrabrava para los que pagan fianzas con las que cualquier hijo de vecino viviría toda una vida de necesidades básicas satisfechas. Tomas de terrenos. Recuperación de fabricas. Desenmascaradas de monumentos infamantes. Aguante de desalojos injustos.

La sola idea de perder mi libertad es algo que me congela las tripas. Pero mas me asusta la violencia. Si bien puedo disfrutar del pintoresco cuadro de una lluvia de piedras sobre los sicarios a sueldo, detesto la violencia, y por sobre todo, le temo profundamente. Me imagino lo que creo saber, que es muy poco, sobre las cárceles argentinas. El hacinamiento brutal de cuerpos dolientes castigados. El hambre que desata el caos. Las ratas que rondan con mas libertad que las personas. Las torturas del servicio penitenciario. Las violaciones. La maldad descargada sobre tus parientes que van a visitarte. Los filos de las facas. Los pabellones liberados para descomprimir cada tanto la superpoblación. Los miles de pibes en cana por un faso, por un piedraso, por mala suerte, por error, por corajudos, por pobres, por hambrientos, por adictos, por equivocados, encerrados entre violadores y asesinos que reinan dentro de la cárcel con beneplácito y aliento de guardianes y directivos.

Hace algunos días veo un montón de gente que ah compartido conmigo muchos momentos en la vida, hablando de la cárcel con una soltura desvergonzada. Y peor, muchas de esas personas, por iguales o similares motivos que yo, podría hoy encontrarse en esa picadora de carne que es el servicio penitenciario. Leo en sus redes sociales comentarios que harían ruborizar de espanto al mas fascista de los enanos que me habitan. ¿Como llegamos a esto? Abro virtualmente al Gran Diario Argentino, enciendo la radio al azar, prendo la tele a ver que dice el blues del noticiero, y comprendo todo. Veo en marcha una de las operaciones de odio y temor mas grande de las que tenga memoria. Las mentiras descaradas y las verdades a medias chorrean por todos los poros informativos. Se fogonea con artillería pesada los mas tenebrosos fantasmas de una sociedad falsamente progresista y ya suficientemente asustada. Se deforma la verdad hasta la ridiculez en pos de herir de muerte a un gobierno que lejos de ser su enemigo es el menos complaciente con la avaricia y mezquindad de los dueños de la posverdad. Se pretende inculpar al mismo de calamidades producidas por los propios amigos del poder mediático.

¿Nadie se da cuenta que los jueces que liberan violadores y homicidas fueron nombrados y mimados durante el gobierno de la infamia? ¿No se rescatan que después de mansillar quince años con la puta división de poderes ahora se hacen los giles? ¿No sabemos todos acaso que la cárcel esta echa para que el pobre nunca salga y el rico nunca entre? ¿Nadie piensa que hay un montón de gente inocente, o como mínimo totalmente inmerecedora de estar en la cárcel, que podría irse a su casa o estar en otro lado antes de que semejante bomba de tiempo explote? ¿No saben que la mayoría de los que están en cana nunca le vieron la cara a su abogado, y del juez ni la sombra?

Nada mas fascista que un burgués asustado. Vos que haces un programa de radio amigo, te envió esta carta para desahogarme de tante pelotude suelte.